sábado, 31 de diciembre de 2016

                         VÁZQUEZ, MADURO Y EL MERCOSUR

           La actitud del presidente Tabaré Vázquez respecto de la situación de Venezuela en el Mercosur está resultando por demás extraña y ambienta interpretaciones cavilosas, allí donde todo debiera ser claridad de conceptos y posiciones naturalmente solidarias con sus países fundadores. Desde aquel rifirrafe que  armó Uruguay cuando se empeñó en “trasmitir” la presidencia del Consejo a Venezuela, no obstante la posición contraria de Argentina, Brasil y Paraguay, hasta el día de hoy, la  actitud del gobierno uruguayo –es decir, Tabaré Vázquez y su canciller- es de  partido tomado a favor del gobierno de Nicolás Maduro, que no es lo mismo que decir Venezuela.

         Vinieron luego las declaraciones de Vázquez formuladas desde Europa, en plena gira, cuando con el habitual desconcierto que ellas producen cada vez que debe improvisar algún pensamiento ante la prensa, dijo esta enormidad, entre otras, tal como si hablara para extraterrestres: “Pero hay un poder legislativo que lo tiene la oposición, hay  un poder judicial y hay un poder ejecutivo funcionando. Mientras estas condiciones se den,  nosotros creemos que no existen elementos para aplicar la cláusula democrática”.

         Pareciera que el presidente Vázquez ignora lo que todo el mundo sabe sobre la separación de poderes en Venezuela: que la Asamblea Nacional ha sido despojada, de hecho, de todas sus competencias por el Tribunal Supremo de Justicia, de integración totalmente  chavista, el cual revoca de oficio o anula, en su caso, las resoluciones del órgano legislativo, a tal punto, que lleva dictadas 44 sentencias en ese sentido. No obstante, el presidente Vázquez le adelantó a Maduro que Uruguay se opondrá a cualquier intento de suspensión por aplicación de la cláusula democrática, pues en Venezuela existe separación de poderes. Una especie de seguro de vida en el Mercosur.

        Maduro inmediatamente celebró las palabras de Vázquez y adelantando una casilla en su juego, le arrancó una entrevista diciendo que se  tomaría un avión para entrevistarse con él. Pero como siempre sucede, no tomó ningún avión ni fue al Brasil a decirle a Temer en los ojos que es un cobarde. Todo se redujo a una teleconferencia durante la cual Vázquez, solícito y complaciente, apeló al diálogo y a la comprensión -es decir, a la nada, que es la mejor manera de que todo siga como está- para reiterarle que Venezuela  no tiene voto, pero tiene voz en el Mercosur. Con lo cual el gobierno uruguayo tomaba aún mayor distancia de sus pares de Argentina, Brasil y Paraguay, en actitud claramente insolidaria y rupturista.

       Vinieron luego los sucesos de Buenos Aires protagonizados  por  la  canciller  venezolana  Delcy Rodríguez, una comunista irredenta que conoce bien lo que indican los manuales en estas circunstancias. Absolutamente previsibles, solo la medianía del presidente Macri y su canciller pudo permitir que sucedieran. Un bochorno para el Mercosur, con sus cancilleres reunidos con cara de asombro en una  piecita del fondo y un triunfo internacional para la diplomacia chavista. Por  las dudas, el canciller uruguayo Nin Novoa – a quien habría que decirle que no use más el verbo “internalizar” porque no existe en el Diccionario- se limitó a decir que fue un hecho grave, pero que solo comprometía las relaciones entre Argentina y Venezuela. Uruguay, nada que ver.

         Mucho se ha escrito últimamente sobre lo extraña que resulta la actitud de Uruguay en el Mercosur, desmarcándose de sus socios naturales y tomando partido decididamente por Venezuela, un país que poco tiene para ofrecer, con una crisis galopante y con un gobierno que arrambló con todos los derechos humanos, con  presos políticos y grupos paramilitares asediando a quienes se atrevan a protestar en las calles. Sin embargo, un propósito aparece bien perfilado en la persona del presidente Vázquez, que explica, a mi juicio, la posición del gobierno uruguayo. Y no es otro que el de escapar  indemne a la diatriba y los insultos habituales que el presidente Maduro difunde a diario por cadenas de radio y  televisión.

     Y lo va logrando, podríamos decir. Más aún, recibió de Maduro la calificación de “hombre bueno”, giro que le viene de perlas y que acentúa su propósito de persistir transitando por  la senda de “salvar la pelleja” a como dé lugar, libre de aquellos insultos. Cayeron Temer, Macri, Cartes y sus respetivos cancilleres. Todos integran la “derecha internacional”, son “cobardes”, “oligarcas”, “traidores” y toda la conocida adjetivación de álbum de figuritas del 60 que la paleoizquierda utiliza en estos casos y a la cual se sumó la plana mayor del Pit-Cnt que, como se sabe, codirige las relaciones exteriores del gobierno cívico-sindical que tiene el país.

         Naturalmente que los gobiernos de los países fundadores toman nota y callan. El bochorno de Buenos Aires tuvo su origen, en buena parte, en el certificado de fe democrática que Vázquez le extendió a Maduro desde Europa. En algún momento empezarán a pasar factura, de las mil maneras que hay de pasarla. Entonces vendrán las cavilaciones y las apelaciones tontas al diálogo y a la hermandad de los pueblos. Aunque con recuerdos al “pajarico” de Maduro, por supuesto.