martes, 25 de abril de 2017

              LA DIPLOMACIA URUGUAYA  Y MADURO 
      
       El gobierno uruguayo  -es decir, su presidente Tabaré Vázquez- no  termina de acomodar el cuerpo a la situación cada más grave que se está dando en Venezuela y exhibe una alarmante falta de  profesionalidad en el ejercicio de la función diplomática. Se trata de un movimiento ondulante que comenzó con una indisimulada complacencia con el régimen absolutista de Nicolás Maduro allá cuando debió “pasar” la presidencia del Mercosur a Venezuela, separándose del criterio de sus pares fundadores y que culminó con aquel exabrupto del canciller Nin Novoa acusando al gobierno brasileño de querer comprar el voto de Uruguay en la emergencia. Encontró su punto culmen cuando desde Alemania el Dr. Vázquez reiteraba que en Venezuela había un gobierno democrático con separación de poderes y todo lo demás, ante el asombro universal que provocó opinión tan extravagante.

        Ya más recientemente, el gobierno uruguayo suscribía con sus pares del Mercosur una declaración exhortando al gobierno de Venezuela a restablecer el orden democrático y la separación de poderes, ante el despojo formal que Maduro hiciera de las competencias de la Asamblea General, vía Tribunal Supremo, dando así un giro copernicano en su política de complacencia  con el gobierno chavista. Sin usar la palabra prohibida, es decir, dictadura, el canciller uruguayo se limitó a decir que en Venezuela se había producido un “quiebre institucional” y que eso explicaba la posición del gobierno al suscribir tal declaración.

     
    Fue entonces cuando vino la reacción de Maduro, inmediata y tan repetitiva como el “Bolero” de Ravel, podría decirse metafóricamente hablando y con una pizca de humor. Hombre básicamente simple y sin ilustración, famoso por los disparates que suele decir, resultó el elemento ideal para recitar las estrofas que Castro acuñó durante 50 años. Entonces, la emprendió contra el canciller Nin Novoa dejando caer sobre él la acusación suprema: conspira con el gobierno de Estados Unidos –es decir, el imperio- para intervenir en Venezuela y todo lo demás, bien conocido y previsible, por cierto.

      La respuesta del gobierno uruguayo no pudo ser peor, porque actuó al revés de  lo que han hecho otros gobiernos alcanzados también por la vorágine de insultos que Maduro suele largar cuando habla por cadena de radio y televisión. Insultó a Rajoy, Uribe, Obama, Temer, Macri, Kuczinsky, Santos y un largo etcétera, pero ninguno le contestó personalmente porque ello habría significado descender al nivel degradado del ofensor. En su lugar actuó la diplomacia y la respuesta se concretó alternativamente en una protesta formal de las cancillerías o en el llamado en consulta del propio embajador en Caracas.

      Contradiciendo esos precedentes, el presidente Vázquez publicó una nota o carta, mal concebida por otra parte, en la cual exigía de Maduro las pruebas de sus acusaciones o una expresión de disculpa, dos pretensiones tan imposibles como pretender tapar el cielo con un harnero.  Acusó  el golpe y descendió al nivel del bolivariano. Resultado, no hubo pruebas ni tampoco disculpas, con lo cual quedó peor que antes de la nota-carta, porque al agravio sumó la burla y el desprecio del ofensor, que lo ignoró olímpicamente.

     Cuando todas las circunstancias aconsejaban silencio o por lo menos, discreción y recato y que la verdadera diplomacia hiciera lo suyo, las cosas empeoraron rápidamente. El presidente Vázquez salió a la televisión con un curioso argumento: dijo que mientras Maduro no se rectifique, “no hablará más con él”, tal como si fuera un enojo de vecindad, a ver quién afloja primero. Le siguió el canciller  Nin Novoa quien exhibiendo su falta de autoridad, contó públicamente que citó a su despacho al embajador de Venezuela, pero que éste no había concurrido  su llamado, episodio inédito en los usos diplomáticos universales.

      Mientras el gobierno uruguayo seguía desgranando pequeñeces, Maduro completaba una jugada maestra, bien articulada desde Caracas y la embajada venezolana en Montevideo. Rápidamente partía hacia Venezuela el conspicuo dirigente del Pit-Cnt Marcelo Abdala, un comunista de ley, quien trasmitió a Maduro la solidaridad incondicional del movimiento obrero uruguayo con la revolución bolivariana, incluida la represión de los grupos paramilitares.

      Se ganaba así la adhesión firme del ala sindical que cogobierna el país y también la impunidad para que  el embajador venezolano continuara con su intensa actividad política dentro de la izquierda castro-estalinista del Frente Amplio y persistiera en su negativa a concurrir a los llamados de la cancillería. En cierto modo, Maduro dirigiendo las relaciones exteriores del país, allí donde claudica quien debe hacerlo por imperio constitucional.

      En definitiva, las cosas estarían más o menos así: cinco gobiernos ya han retirado sus embajadores de Caracas en respuesta a la catarata de insultos, torpes pero efectivos, que Maduro profiere a diario por radio y televisión. En el polo opuesto, el gobierno uruguayo no ha conseguido, siquiera, que el embajador de Venezuela se presente en la  cancillería ante la convocatoria del ministro Nin Novoa.

    En el reducido espacio que le queda para disponer por sí, el presidente Vázquez parece haber optado por una vieja consigna, que también es la de Mujica, apta para estas circunstancias: “que los problemas de Venezuela los arreglen los venezolanos”, tan vacía como falsa, aunque muy al tono para “quedar bien”.