VÁZQUEZ, MADURO Y EL
MERCOSUR
La actitud del presidente Tabaré Vázquez
respecto de la situación de Venezuela en el Mercosur está resultando por demás
extraña y ambienta interpretaciones cavilosas, allí donde todo debiera ser
claridad de conceptos y posiciones naturalmente solidarias con sus países
fundadores. Desde aquel rifirrafe que
armó Uruguay cuando se empeñó en “trasmitir” la presidencia del Consejo
a Venezuela, no obstante la posición contraria de Argentina, Brasil y Paraguay,
hasta el día de hoy, la actitud del
gobierno uruguayo –es decir, Tabaré Vázquez y su canciller- es de partido tomado a favor del gobierno de Nicolás
Maduro, que no es lo mismo que decir Venezuela.
Vinieron luego las declaraciones de Vázquez
formuladas desde Europa, en plena gira, cuando con el habitual desconcierto que
ellas producen cada vez que debe improvisar algún pensamiento ante la prensa,
dijo esta enormidad, entre otras, tal como si hablara para extraterrestres: “Pero
hay un poder legislativo que lo tiene la oposición, hay un poder judicial y hay un poder ejecutivo
funcionando. Mientras estas condiciones se den,
nosotros creemos que no existen elementos para aplicar la cláusula
democrática”.
Pareciera
que el presidente Vázquez ignora lo que todo el mundo sabe sobre la separación
de poderes en Venezuela: que la Asamblea Nacional ha sido despojada, de hecho,
de todas sus competencias por el Tribunal Supremo de Justicia, de integración
totalmente chavista, el cual revoca de
oficio o anula, en su caso, las resoluciones del órgano legislativo, a tal
punto, que lleva dictadas 44 sentencias en ese sentido. No obstante, el
presidente Vázquez le adelantó a Maduro que Uruguay se opondrá a cualquier intento
de suspensión por aplicación de la cláusula democrática, pues en Venezuela
existe separación de poderes. Una especie de seguro de vida en el Mercosur.
Maduro inmediatamente celebró las palabras
de Vázquez y adelantando una casilla en su juego, le arrancó una entrevista
diciendo que se tomaría un avión para
entrevistarse con él. Pero como siempre sucede, no tomó ningún avión ni fue al
Brasil a decirle a Temer en los ojos que es un cobarde. Todo se redujo a una
teleconferencia durante la cual Vázquez, solícito y complaciente, apeló al
diálogo y a la comprensión -es decir, a la nada, que es la mejor manera de que
todo siga como está- para reiterarle que Venezuela no tiene voto, pero tiene voz en el Mercosur.
Con lo cual el gobierno uruguayo tomaba aún mayor distancia de sus pares de
Argentina, Brasil y Paraguay, en actitud claramente insolidaria y rupturista.
Vinieron
luego los sucesos de Buenos Aires protagonizados por la
canciller venezolana Delcy Rodríguez, una comunista irredenta que
conoce bien lo que indican los manuales en estas circunstancias. Absolutamente
previsibles, solo la medianía del presidente Macri y su canciller
pudo permitir que sucedieran. Un bochorno para el Mercosur, con sus cancilleres
reunidos con cara de asombro en una
piecita del fondo y un triunfo internacional para la diplomacia
chavista. Por las dudas, el canciller
uruguayo Nin Novoa – a quien habría que decirle que no use más el verbo
“internalizar” porque no existe en el Diccionario- se limitó a decir que fue un
hecho grave, pero que solo comprometía las relaciones entre Argentina y
Venezuela. Uruguay, nada que ver.
Mucho
se ha escrito últimamente sobre lo extraña que resulta la actitud de Uruguay en
el Mercosur, desmarcándose de sus socios naturales y tomando partido
decididamente por Venezuela, un país que poco tiene para ofrecer, con una
crisis galopante y con un gobierno que arrambló con todos los derechos humanos,
con presos políticos y grupos
paramilitares asediando a quienes se atrevan a protestar en las calles. Sin
embargo, un propósito aparece bien perfilado en la persona del presidente
Vázquez, que explica, a mi juicio, la posición del gobierno uruguayo. Y no es
otro que el de escapar indemne a la
diatriba y los insultos habituales que el presidente Maduro difunde a diario
por cadenas de radio y televisión.
Y
lo va logrando, podríamos decir. Más aún, recibió de Maduro la calificación de
“hombre bueno”, giro que le viene de perlas y que acentúa su propósito de
persistir transitando por la senda de
“salvar la pelleja” a como dé lugar, libre de aquellos insultos. Cayeron Temer,
Macri, Cartes y sus respetivos cancilleres. Todos integran la “derecha
internacional”, son “cobardes”, “oligarcas”, “traidores” y toda la conocida
adjetivación de álbum de figuritas del 60 que la paleoizquierda utiliza en
estos casos y a la cual se sumó la plana mayor del Pit-Cnt que, como se sabe,
codirige las relaciones exteriores del gobierno cívico-sindical que tiene el
país.
Naturalmente
que los gobiernos de los países fundadores toman nota y callan. El bochorno de
Buenos Aires tuvo su origen, en buena parte, en el certificado de fe
democrática que Vázquez le extendió a Maduro desde Europa. En algún momento
empezarán a pasar factura, de las mil maneras que hay de pasarla. Entonces
vendrán las cavilaciones y las apelaciones tontas al diálogo y a la hermandad
de los pueblos. Aunque con recuerdos al “pajarico” de Maduro, por supuesto.
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