LA DIPLOMACIA URUGUAYA Y MADURO
El
gobierno uruguayo -es decir, su
presidente Tabaré Vázquez- no termina de
acomodar el cuerpo a la situación cada más grave que se está dando en Venezuela
y exhibe una alarmante falta de profesionalidad
en el ejercicio de la función diplomática. Se trata de un movimiento ondulante
que comenzó con una indisimulada complacencia con el régimen absolutista de
Nicolás Maduro allá cuando debió “pasar” la presidencia del Mercosur a
Venezuela, separándose del criterio de sus pares fundadores y que culminó con
aquel exabrupto del canciller Nin Novoa acusando al gobierno brasileño de
querer comprar el voto de Uruguay en la emergencia. Encontró su punto culmen
cuando desde Alemania el Dr. Vázquez reiteraba que en Venezuela había un
gobierno democrático con separación de poderes y todo lo demás, ante el asombro
universal que provocó opinión tan extravagante.
Ya más recientemente, el gobierno uruguayo
suscribía con sus pares del Mercosur una declaración exhortando al gobierno de
Venezuela a restablecer el orden democrático y la separación de poderes, ante
el despojo formal que Maduro hiciera de las competencias de la Asamblea
General, vía Tribunal Supremo, dando así un giro copernicano en su política de
complacencia con el gobierno chavista.
Sin usar la palabra prohibida, es decir, dictadura, el canciller uruguayo se
limitó a decir que en Venezuela se había producido un “quiebre institucional” y
que eso explicaba la posición del gobierno al suscribir tal declaración.
Fue
entonces cuando vino la reacción de Maduro, inmediata y tan repetitiva como el “Bolero”
de Ravel, podría decirse metafóricamente hablando y con una pizca de humor.
Hombre básicamente simple y sin ilustración, famoso por los disparates que
suele decir, resultó el elemento ideal para recitar las estrofas que Castro
acuñó durante 50 años. Entonces, la emprendió contra el canciller Nin Novoa
dejando caer sobre él la acusación suprema: conspira con el gobierno de Estados
Unidos –es decir, el imperio- para intervenir en Venezuela y todo lo demás,
bien conocido y previsible, por cierto.
La respuesta del gobierno uruguayo no pudo
ser peor, porque actuó al revés de lo
que han hecho otros gobiernos alcanzados también por la vorágine de insultos
que Maduro suele largar cuando habla por cadena de radio y televisión. Insultó
a Rajoy, Uribe, Obama, Temer, Macri, Kuczinsky, Santos y un largo etcétera,
pero ninguno le contestó personalmente porque ello habría significado descender
al nivel degradado del ofensor. En su lugar actuó la diplomacia y la respuesta
se concretó alternativamente en una protesta formal de las cancillerías o en el
llamado en consulta del propio embajador en Caracas.
Contradiciendo esos precedentes, el presidente
Vázquez publicó una nota o carta, mal concebida por otra parte, en la cual
exigía de Maduro las pruebas de sus acusaciones o una expresión de disculpa,
dos pretensiones tan imposibles como pretender tapar el cielo con un harnero. Acusó
el golpe y descendió al nivel del bolivariano. Resultado, no hubo
pruebas ni tampoco disculpas, con lo cual quedó peor que antes de la nota-carta,
porque al agravio sumó la burla y el desprecio del ofensor, que lo ignoró olímpicamente.
Cuando todas las circunstancias
aconsejaban silencio o por lo menos, discreción y recato y que la verdadera
diplomacia hiciera lo suyo, las cosas empeoraron rápidamente. El presidente
Vázquez salió a la televisión con un curioso argumento: dijo que mientras
Maduro no se rectifique, “no hablará más con él”, tal como si fuera un enojo de
vecindad, a ver quién afloja primero. Le siguió el canciller Nin Novoa quien exhibiendo su falta de
autoridad, contó públicamente que citó a su despacho al embajador de Venezuela,
pero que éste no había concurrido su
llamado, episodio inédito en los usos diplomáticos universales.
Mientras el gobierno uruguayo seguía
desgranando pequeñeces, Maduro completaba una jugada maestra, bien articulada
desde Caracas y la embajada venezolana en Montevideo. Rápidamente partía hacia
Venezuela el conspicuo dirigente del Pit-Cnt Marcelo Abdala, un comunista de
ley, quien trasmitió a Maduro la solidaridad incondicional del movimiento
obrero uruguayo con la revolución bolivariana, incluida la represión de los
grupos paramilitares.
Se ganaba así la adhesión firme del ala
sindical que cogobierna el país y también la impunidad para que el embajador venezolano continuara con su
intensa actividad política dentro de la izquierda castro-estalinista del Frente
Amplio y persistiera en su negativa a concurrir a los llamados de la
cancillería. En cierto modo, Maduro dirigiendo las relaciones exteriores del
país, allí donde claudica quien debe hacerlo por imperio constitucional.
En definitiva, las cosas estarían más o
menos así: cinco gobiernos ya han retirado sus embajadores de Caracas en
respuesta a la catarata de insultos, torpes pero efectivos, que Maduro profiere
a diario por radio y televisión. En el polo opuesto, el gobierno uruguayo no ha
conseguido, siquiera, que el embajador de Venezuela se presente en la cancillería ante la convocatoria del ministro
Nin Novoa.
En el reducido espacio que le queda para
disponer por sí, el presidente Vázquez parece haber optado por una vieja
consigna, que también es la de Mujica, apta para estas circunstancias: “que los
problemas de Venezuela los arreglen los venezolanos”, tan vacía como falsa,
aunque muy al tono para “quedar bien”.
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