El simplismo de los argumentos con los que el gobierno uruguayo pretende justificar
su firme adhesión al régimen del dictador Nicolás Maduro basculan entre la
ignorancia y la ridiculez, aunque en su conjunto no dejan de tener cierta
amenidad, que alivia el impacto inicial de estos malabarismos retóricos, cuyo
trasfondo misterioso aún sigue sin desvelarse.
Imposible
no esbozar una sonrisa cuando oímos al canciller Nin Novoa afirmar que “la
presidencia de Guaidó era más ilegítima que la de Maduro”, con lo cual enteraba
a los cancilleres reunidos en Montevideo que la ilegitimidad es una cuestión de
grados: las cosas pueden ser más o menos ilegítimas, variante antidemocrática de
la diplomacia uruguaya de aquella otra que decía que “lo político está por
encima de lo jurídico”. Recientemente,
el mismo canciller se despachaba con esta afirmación para el asombro: “si
nosotros decimos que Venezuela es una dictadura, ¿qué cambia para los
venezolanos? Absolutamente nada”. Es el jefe de la diplomacia uruguaya que dice
estas cosas, la misma diplomacia que, en un hecho inédito, llevó al
subsecretario a levantarse de la silla de Uruguay en una sesión de la OEA, en
solidaridad con el dictador chavista, degradando su discrepancia al nivel del
enojo infantil: “me voy y no vengo más”. La afirmación del canciller es tan
simplista que cuesta refutarla porque hace depender de un calificativo una
supuesta ayuda al pueblo venezolano. Ante las atrocidades del dictador
comunista, ¡cuidado con las palabras!
Con el mismo criterio, podríamos seguir y entonces preguntarnos en qué cambian las cosas para los venezolanos diciendo que hay presos políticos y también torturas, vejaciones y asesinatos, después de lo cual, callándolo todo, el gobierno uruguayo podría decir “lo que pasa aquí no es tan grave” y todo se soluciona con el diálogo – ¡el famoso “diálogo”!- que es en rigor lo que quisiera expresarle al mundo para justificar su ignominiosa adhesión al régimen.
Sin embargo, es el mismo canciller que decía muy suelto de cuerpo refiriéndose a un posible triunfo de Bolsonaro en Brasil, que “esperaba que las encuestas le erren como han venido haciendo en el último tiempo”. Allí fue más allá del mero calificativo, metiéndose de lleno en un asunto interno del Brasil, desatino diplomático –entre otros- cuyas consecuencias para Uruguay todavía se notan, algo disimuladas por la hipocresía propia de los tratamientos protocolares.
Por su lado, el presidente de la República, en una de sus raras declaraciones públicas, siempre pautadas por el desacierto, refiriéndose al caso venezolano expresaba: “Venezuela es un problema para toda la región, es un problema real y es un problema que tienen que resolver los venezolanos”. Otra vez la lógica salta por los aires. Porque si el problema es real y toda la región se ve afectada por él, la consecuencia natural es que la región se involucre para hallarle una solución y no dejarlo librado a lo que hagan los venezolanos, sometidos y controlados por el dictador, por otra parte. Es el típico error de falsa oposición, bien descripto por Vaz Ferreira en su Lógica Viva, porque lo que puedan hacer los venezolanos no excluye lo que pudiera hacer la región, en cuanto todos apuntan a obtener un mismo resultado.
Finalmente, el ministro Astori, desoyendo la voz oficial del gobierno proclamando sin parpadear que no debemos decir que en Venezuela hay una dictadura, expresó casi desafiante: “lo de Venezuela es una dictadura y una dictadura tremenda con impactos humanitarios muy graves”. Es decir, que Astori, integrante del mismo gobierno, se sale por peteneras y no solo dice a viva voz que en Venezuela hay una dictadura, sino que le agrega “tremenda” para darle más contundencia a su afirmación. Y esto no es cosa menor, es el gabinete –verdadero gobierno uruguayo- el que se resquebraja ante una realidad que abruma con sus evidencias.
Con el mismo criterio, podríamos seguir y entonces preguntarnos en qué cambian las cosas para los venezolanos diciendo que hay presos políticos y también torturas, vejaciones y asesinatos, después de lo cual, callándolo todo, el gobierno uruguayo podría decir “lo que pasa aquí no es tan grave” y todo se soluciona con el diálogo – ¡el famoso “diálogo”!- que es en rigor lo que quisiera expresarle al mundo para justificar su ignominiosa adhesión al régimen.
Sin embargo, es el mismo canciller que decía muy suelto de cuerpo refiriéndose a un posible triunfo de Bolsonaro en Brasil, que “esperaba que las encuestas le erren como han venido haciendo en el último tiempo”. Allí fue más allá del mero calificativo, metiéndose de lleno en un asunto interno del Brasil, desatino diplomático –entre otros- cuyas consecuencias para Uruguay todavía se notan, algo disimuladas por la hipocresía propia de los tratamientos protocolares.
Por su lado, el presidente de la República, en una de sus raras declaraciones públicas, siempre pautadas por el desacierto, refiriéndose al caso venezolano expresaba: “Venezuela es un problema para toda la región, es un problema real y es un problema que tienen que resolver los venezolanos”. Otra vez la lógica salta por los aires. Porque si el problema es real y toda la región se ve afectada por él, la consecuencia natural es que la región se involucre para hallarle una solución y no dejarlo librado a lo que hagan los venezolanos, sometidos y controlados por el dictador, por otra parte. Es el típico error de falsa oposición, bien descripto por Vaz Ferreira en su Lógica Viva, porque lo que puedan hacer los venezolanos no excluye lo que pudiera hacer la región, en cuanto todos apuntan a obtener un mismo resultado.
Finalmente, el ministro Astori, desoyendo la voz oficial del gobierno proclamando sin parpadear que no debemos decir que en Venezuela hay una dictadura, expresó casi desafiante: “lo de Venezuela es una dictadura y una dictadura tremenda con impactos humanitarios muy graves”. Es decir, que Astori, integrante del mismo gobierno, se sale por peteneras y no solo dice a viva voz que en Venezuela hay una dictadura, sino que le agrega “tremenda” para darle más contundencia a su afirmación. Y esto no es cosa menor, es el gabinete –verdadero gobierno uruguayo- el que se resquebraja ante una realidad que abruma con sus evidencias.
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