El martes 28 de abril comenzó en el Senado el
estudio del proyecto de ley de urgente consideración enviado por el Poder
Ejecutivo. Y el espectáculo que dio el Frente Amplio, debutando en su papel de
oposición fue lo suficientemente deslucido como para juzgarlo penoso.
Desubicado, sin haber asumido su posición de minoría, sus argumentos
bascularon, como siempre, entre la descalificación del adversario y la insustancialidad
jurídica, acostumbrado como estaba a que la aplanadora de la mayoría absoluta
le dispensaba de mayores esfuerzos.
Así fue que cada senador leyó su papelito,
sin alma ni convicción, porque lo que importaba era caerle al proyecto de
urgente consideración con toda clase de presagios ominosos sobre su
constitucionalidad, justamente quienes se habían burlado de ella en
innumerables ocasiones. Unos breves envíos de los senadores de la coalición
gobernante a una lectura correcta de la Constitución, bastaron para dejarles
sin armas en el orden jurídico, allí donde
el intento de eliminar el carácter de urgente consideración claudicaba
irremediablemente.
La soberbia de otrora, dejaba paso a la
resignación y al desánimo. Y el Frente Amplio que antes todo lo podía, seguía
sin asimilar su derrota ni encontrar su exacta ubicación de minoría en el
escenario político del país. Una verdadera pena, que lo desmerece ante una
opinión pública que hoy se agrupa entusiastamente detrás de un elenco de
gobierno juvenil y dinámico, creador y transparente.
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