domingo, 3 de noviembre de 2019

                               EL FRENTE AMPLIO Y MANINI RÍOS

           Ante la inminencia del triunfo de Lacalle Pou en el balotaje, el Frente Amplio ha entrado en pánico y con Mujica al comando, empezó a disparar munición gruesa, sustentada en la mentira y la difamación, siguiendo la vieja táctica nazi-comunista al uso. Y uno de los blancos elegidos ha sido el  Gral. Guido Manini Ríos. A este respecto, entiendo oportuno y conveniente recordar quiénes fueron los que encumbraron y lanzaron a Manini a la expectación pública, convertido hoy en un líder político de proyecciones incalculables.

         En efecto y restituyendo la verdad histórica, podría decirse que Manini Ríos es un producto esencialmente frentista, nacido del mismo riñón tupamaro. Fue el entonces presidente Mujica quien lo designó Comandante del Ejército el 1 de febrero de 2015 a propuesta de su ministro de Defensa Fernández Huidobro, cargo que asumíó en la plaza de armas en presencia de su gabinete, del presidente electo Tabaré Vázquez y legisladores del Frente Amplio.

         Manini continuó en el cargo luego de asumir Tabaré Vázquez la presidencia, hasta marzo de este 2019, completando un ciclo de cuatro años en el comando del Ejército, durante el cual ejerció un fuerte y reconocido liderazgo, bien visto en su momento por el propio gobierno del Frente Amplio. Hombre de confianza del ministro Fernández Huidobro, pronunció una oración fúnebre en el sepelio de éste en términos laudatorios, reveladores de la empatía que había entre ellos.

          Ahora resulta que Manini Ríos es nazi, fascista, de ultraderecha y demás calificativos que la izquierda embalsamada pone en circulación cuando se siente acorralada, a falta de ideas claras con las que ganarse el favor popular. Es el manual “goebbesliano” que manda mentir repetidamente porque siempre algo queda de la mentira. Es el alcaloide de la moral política, allí donde la hipocresía se tiene como la flor más preciada para quienes la cultivan y viven de sus resultados. Con Mujica a  la cabeza, proclamando aquello de que lo político está por encima de lo jurídico.

          No obstante, la respuesta del pueblo ha sido contundente: el Gral. Manini Ríos fue honrado por la ciudadanía con 260.000 votos. Suficiente contención para disuadir cualquier intento de repetir la ignominia cuando los hechos expresan más que las palabras.
                                                 
                                   


jueves, 1 de agosto de 2019

                              VENEZUELA ES ESTO

                              (Venezuela tal cual es)

          Venezuela ya no es noticia. Salvo por la eterna apelación al diálogo por aquí y por allá, desapareció de la tapa de los diarios y de las portadas de los noticiarios de radio y televisión. Guaidó, que antes convocaba multitudes, solo reúne a un centenar de personas a su alrededor en sus salidas públicas. Y  la reciente visita de la Alta Comisionada de las Naciones Unidas Michelle Bachelet y su lapidario informe sobre torturas, muertes y desapariciones forzadas, no modificó un ápice el estado actual de cosas.

          ¿Qué ha pasado, entonces, para que, lenta, pero seguramente, el ambiente se sosegara y volviera todo a la normalidad? Porque lo que ha pasado es eso, la vuelta a la normalidad ya que, bien vistas las cosas, en Venezuela nunca pasa nada en orden al sistema político allí vigente y lo que es peor, nada pasará en el futuro, porque está diseñado con vocación de eternidad, a imagen y semejanza de su “alma mater” cubana.  Es decir, para que no cambie nunca.

          Como en muchos órdenes de la vida, a veces es bueno recurrir a las fuentes y éstas en el caso presente nos conducen directa e inequívocamente a Cuba. Porque allí  fue concebido el actual régimen a la muerte de Hugo Chávez, con indicación precisa de quien sería su sucesor, es decir, Nicolás Maduro. Diseñado  en Cuba y desarrollado por cubanos, que en número de veinte mil operan el sistema, aportando una experiencia de más de sesenta años en servicios de inteligencia, represión  y sometimiento del pueblo mediante los diversos mecanismo que el poder absoluto pone en manos de los dictadores, cualquiera sea su signo. Porque los dictadores, como el fascismo, no son de izquierda ni de derecha.

          Precisamente, por su hechura cubana, el régimen venezolano no es una mera aventura política, sino la concreción  de la proclama castrista de 1989, “socialismo o muerte, marxismo-leninismo o muerte” y por ello no admite períodos de intermitencia ni retrocesos que pudieran alterar la hermeticidad del sistema ni su destino manifiesto de durar 100 años, tal como augurara su líder, ya difunto. Es decir, el comunismo, para el caso venezolano llamado socialismo del siglo XXI según la denominación del mexicano-alemán que la inventó, aunque luego se demostrara su total falsedad.

          La mitología cubana, como todas las dictaduras, también tiene sus faunos, sus sirenas y sus centauros, bien visible en el vocabulario que debe repetirse a diario, tal como si fuera un mantra que acompaña las oraciones revolucionarias castristas,  hasta que el pueblo sometido lo tenga por verdad absoluta. El “imperio”, la “derecha”, la “oligarquía”, la “revolución”, el “pueblo”, la “injerencia”, la “soberanía”, los “gringos”, etc., son parte del objetivo contra el cual se debe disparar para mantener la coherencia del discurso,  cuya sola invocación todo lo justifica.

          La construcción nacional, es decir, “socialismo o muerte”, pasa por los secuestros, las torturas, las desapariciones, la violación de domicilios, la justicia corrompida a su servicio y las muertes sin límites cuando sean necesarias. Es el sistema funcionando normalmente y nada podrá detenerlo. Su designio es un camino en línea recta que no admite sinuosidades ni desvíos. Por ello, hablar de la “crisis venezolana” es un profundo error de comprensión de lo qué es el régimen allí imperante.

          Los diversos padecimientos de la población, como así también la hiperinflación que todo lo devora y el avasallamiento de los derechos humanos, forman parte del sistema, que deberá culminar con el acostumbramiento del pueblo. Allí donde las democracias ven disfuncionalidad, el régimen encuentra su andadura para consolidarse. Donde aquéllas ven crisis, éste ve normalidad.

          Con los parapoliciales en las calles disparando a matar, el pueblo terminará asustándose de sí mismo y el camino para la eternización quedará despejado, aunque el “diálogo”  pasee su impostura por las cumbres internacionales pretendiendo alcanzar el horizonte. Nunca se llega.
    







domingo, 28 de julio de 2019

URUGUAY ANTE EL CASO VENEZUELA

                                     
           El simplismo de los argumentos con los que el gobierno uruguayo pretende justificar su firme adhesión al régimen del dictador Nicolás Maduro basculan entre la ignorancia y la ridiculez, aunque en su conjunto no dejan de tener cierta amenidad, que alivia el impacto inicial de estos malabarismos retóricos, cuyo trasfondo misterioso aún sigue sin desvelarse.
          Imposible no esbozar una sonrisa cuando oímos al canciller Nin Novoa afirmar que “la presidencia de Guaidó era más ilegítima que la de Maduro”, con lo cual enteraba a los cancilleres reunidos en Montevideo que la ilegitimidad es una cuestión de grados: las cosas pueden ser más o menos ilegítimas, variante antidemocrática de la diplomacia uruguaya de aquella otra que decía que “lo político está por encima de lo jurídico”.                Recientemente, el mismo canciller se despachaba con esta afirmación para el asombro: “si nosotros decimos que Venezuela es una dictadura, ¿qué cambia para los venezolanos? Absolutamente nada”. Es el jefe de la diplomacia uruguaya que dice estas cosas, la misma diplomacia que, en un hecho inédito, llevó al subsecretario a levantarse de la silla de Uruguay en una sesión de la OEA, en solidaridad con el dictador chavista, degradando su discrepancia al nivel del enojo infantil: “me voy y no vengo más”. La afirmación del canciller es tan simplista que cuesta refutarla porque hace depender de un calificativo una supuesta ayuda al pueblo venezolano. Ante las atrocidades del dictador comunista, ¡cuidado con las palabras!          
          Con el mismo criterio,  podríamos seguir y entonces preguntarnos en qué cambian las cosas para los venezolanos diciendo que hay presos políticos y también torturas, vejaciones y asesinatos, después de lo cual, callándolo todo, el gobierno uruguayo podría decir “lo que  pasa aquí no es tan grave” y todo se soluciona con el diálogo – ¡el famoso “diálogo”!- que es en rigor lo que quisiera expresarle al mundo para justificar su ignominiosa adhesión al régimen.          
          Sin embargo, es el mismo canciller que decía muy suelto de cuerpo  refiriéndose a un posible triunfo de Bolsonaro en Brasil, que “esperaba que las encuestas le erren como han venido haciendo en el último tiempo”. Allí fue más allá del mero calificativo, metiéndose de lleno en un asunto interno del Brasil,  desatino diplomático –entre otros- cuyas consecuencias para Uruguay todavía se notan, algo disimuladas por la hipocresía  propia de los tratamientos protocolares.          
          Por su lado, el presidente de la República, en una de sus raras declaraciones públicas, siempre pautadas por el desacierto, refiriéndose al caso venezolano expresaba: “Venezuela es un problema para toda la región, es un problema real y es un problema que tienen que resolver los venezolanos”. Otra vez la lógica salta por los aires. Porque si el problema es real y toda la región se ve  afectada por él, la consecuencia natural es que  la región se involucre para hallarle una solución y no dejarlo librado a lo que hagan los venezolanos, sometidos y controlados por el dictador, por otra parte. Es el típico error de falsa oposición, bien descripto por Vaz Ferreira en su Lógica Viva, porque lo que puedan hacer los venezolanos no excluye lo que pudiera hacer la región, en cuanto todos apuntan a obtener un mismo resultado.          
         Finalmente, el ministro Astori, desoyendo la voz oficial del gobierno proclamando sin parpadear que no debemos decir que en Venezuela hay una dictadura, expresó casi desafiante: “lo de Venezuela es una dictadura y una dictadura tremenda con impactos humanitarios muy graves”. Es decir, que Astori, integrante del mismo gobierno, se sale por peteneras y no solo dice a viva voz que en Venezuela hay una  dictadura, sino que le agrega “tremenda” para darle más contundencia a su afirmación. Y esto no es cosa menor, es el gabinete –verdadero gobierno uruguayo- el que se resquebraja ante una realidad que abruma con sus evidencias.          

           En fin, son las piruetas que el gobierno cívico-sindical uruguayo debe hacer para tratar de justificar su posición en solitario ante el consenso internacional que condena sin ambages la dictadura chavista de Nicolás Maduro, rotundamente puesta de manifiesto en el informe lapidario de Michelle Bachelet sobre la situación en Venezuela. Una actitud política envuelta en el misterio y la murmuración.        

domingo, 26 de mayo de 2019

                    GRUESOS ERRORES DEL CÓDIGO
                                  DEL PROCESO PENAL

     El Código del Proceso Penal sigue levantando ampollas, fruto de la improvisación y la falta de especialización con que fue concebido. Las críticas arrecian desde los cuatro costados, cuando un hecho trágico puso en máxima tensión el curso, habitualmente cuestionado, del proceso acusatorio: la muerte en funciones de la fiscal Dra. Susana Rivadavia, penosa realidad que sus acongojados colegas imputaron al estrés que provoca el exceso de tareas propio de la novedad que implantó el vapuleado Código.

    Pues bien, ahora podríamos decir hasta aquí llegamos, pero ¡albricias tenemos proceso acusatorio! y por lo tanto ya nos incorporamos a la tendencia mundial en la materia, es decir, hay garantías para todo el mundo y  los derechos humanos están a buen resguardo, contrariamente al anterior inquisitivo cuando todo era secretismo e indefensión y el abogado se quedaba esperando afuera. Pero la novedad vino mal concebida y su desarrollo no colmó las expectativas que anunciaban sus adoradores y hoy se sufren las consecuencias. En otras palabras, el sistema es bueno, el Código luce poco técnico, desprolijo e improvisado.

    A mi juicio, el Código claudica en dos órdenes fundamentales, inherentes a todo ordenamiento jurídico: precisión y fineza en la descripción de sus conceptos y redacción límpida, ajustada a las reglas gramaticales propias de la escritura. Porque los códigos son obras destinadas a perdurar y a regir por largo tiempo un aspecto concreto de la organización social y de ahí su trascendencia.

    Sería larga la enumeración de errores en ambos órdenes que una lectura intensiva del Código ponen al descubierto, pero solo sirvan de ejemplo los dos que expongo a continuación. El primero, la presunción de inocencia, punto que el país no termina de reconocer en términos inequívocos, aunque sea teóricamente, tal como lo hacen los textos universales. El art. 217 dice: “(Estado de inocencia). En todo caso el imputado será tratado como inocente hasta tanto no recaiga sentencia de condena ejecutoriada”. Lo cual está mal, porque en tanto anuncia el “estado de inocencia”, sólo desarrolla el tratamiento “como inocente”, que son dos cosas distintas, aunque este sea una consecuencia de aquel. Además, no es hasta tanto “no recaiga”, sino hasta tanto “recaiga”, porque hasta tanto no recaiga es nunca.

    Este art. 217 finaliza con un párrafo verdaderamente enigmático, que incita a la meditación: “La prisión preventiva se cumplirá de tal modo que en ningún caso podrá adquirir los caracteres de una pena”. Proclama de cumplimiento imposible en cuanto ya está universalmente admitido que la prisión preventiva es una pena anticipada. Y como toda pena es un sufrimiento, pues de lo contrario no sería tal. Entonces, ¿cómo hacer para que una pena de prisión no se cumpla como una pena si las de prisión se cumplen en un establecimiento carcelario? Misterio.

    Por otra parte, lo transcripto es una  reiteración de lo que ya decía el art. 4º bajo el epígrafe “Tratamiento como inocente. Ninguna persona a quien se le atribuya un delito debe ser tratada como culpable mientras no se establezca su responsabilidad por sentencia ejecutoriada”. Y así seguimos con el tratamiento, pero poco de la presunción de inocencia, que es lo que importa, particularmente cuando teníamos al alcance de la mano el Pacto de Derechos Civiles de Costa Rica, que en su art. 8º/2 dice claramente: “Toda persona inculpada de delito tiene derecho a que se presuma su inocencia mientras no se establezca su culpabilidad”. Era cosa de copiar y transcribir y nos poníamos a tono con el mundo.

    Por el contrario, ahondamos innecesariamente el misterio de la contradicción, porque si al imputado debemos tratarlo como si fuera inocente, ¿por qué le aplicamos medidas cautelares, tal como si fuera culpable? La contradicción es insalvable, una verdadera aporía, que no vale la pena tratar ahora para no internarnos en disputas teóricas, que nunca salvaguardaron la libertad del hombre.

    El segundo ejemplo que quiero poner está relacionado con el primero y se refiere a la prisión preventiva, sin ninguna duda, el drama del proceso penal. Sus posibilidades de aplicación ahora vienen ampliadas y son terroríficas, desarrolladas en tres artículos que impactan con su sola lectura porque no se salva ni el apuntador (225 a 227). Pero con ser grave, no es a esto que quiero referirme, sino a la torpe redacción que tiene el art. 224, que es el que las presenta en sociedad y para cuya aplicación habría que ser adivino. Veamos a renglón seguido.

    Abreviando, dice que se podrá decretar la prisión preventiva, si hubiera “elementos de convicción suficientes para presumir que el imputado intentará fugarse, ocultarse o entorpecer de cualquier manera la investigación…” ¿Qué es esto de que “intentará”? Porque el tiempo verbal empleado –futuro imperfecto- torna imposible su aplicación toda vez que denota certeza, seguridad de que una cosa ocurrirá (mañana iré a correr, la final se jugará el domingo). Entonces, ¿cómo hará el juez para saber que el imputado intentará fugarse u ocultarse si estamos en el mundo de las presunciones, como indica el artículo, es decir, fuera de toda certeza? Bien redactada, la norma debió expresarse en condicional, al caso, “intentaría” -o la perífrasis verbal “podría intentar”- si se dieran las circunstancias que desarrollan los artículos siguientes.

     Quisiera finalizar este escrito con un pedido que ya es casi una súplica: hay que terminar con esa perversión en que ha caído el uso de la palabra “formalizar”. Solo se formalizan actos, ideas, propósitos, pero no personas. Terminada la indagatoria preliminar, las personas se procesan mediante lo que se llama desde vieja data auto de procesamiento, con el cual comienza el sumario y el imputado pasa a llamarse procesado, aunque puede seguir siendo lo primero hasta la sentencia final. Pero nunca “formalizado”. Y los arts. 45 g), 273,1 y 393 ratifican que lo que se formaliza es la investigación. Además, es el mismo Código el que nos da pautas del uso correcto de “formalizar” en los arts. 328 y 339, cuya lectura recomiendo porque nadie los conoce. Y para los voluntariosos, el pasado lejano también abona este criterio en el art. 145 del viejo Código de Instrucción Criminal de 1879, donde “formalizar” esta usado como Dios manda, en su sentido natural y obvio.




lunes, 18 de febrero de 2019

             URUGUAY  Y EL CASO VENEZUELA

          Finalmente, Uruguay consumó su indignidad ante el orden internacional, en una farsa de mediación intentada desde Montevideo, aunque frustrada por la postura firme de la Unión Europea y otros países americanos. Y lo hizo por boca de su presidente Tabaré Vázquez quien, con un discurso de neto cuño bolivariano, colocó al país en una línea de total concordancia con la dictadura venezolana. Su habitual retahíla de lugares comunes comenzó con un planteo absolutamente falso: la opción es entre la guerra y la paz, a partir del cual engarzó sus reiteradas apelaciones al “dialogo”, es decir, a la nada, toda vez que jamás concretó cuál sería su eventual funcionamiento.

          Pero lo novedoso resultó ser su vehemente adhesión al principio de no intervención, total, inflexible y sin matices, sintetizado en este oasis de sabiduría: “los problemas de los venezolanos los deben resolver los propios venezolanos”, salvoconducto exprés para que el dictador del norte siga paseando por las cumbres del régimen sus triunfos sobre una población sojuzgada e inerme, tal como lo dispone el libreto cubano.

          Sorprende, no obstante -si es que algo ya pudiera sorprender- que al presidente no le hayan advertido que su empecinada propuesta de acudir al diálogo es también una manera de intervenir en los asuntos venezolanos, tan entrometida como pedir la liberación de los presos políticos o la realización de elecciones libres. La retórica al uso de la autodenominada izquierda cree que una apelación al diálogo y a la paz es siempre una invocación superior, allí donde la ideología sectaria claudica ante los fueros de la razón o las circunstancias  ponen en riesgo su irrefrenable tentación totalitaria.

          En concreto, el discurso de Tabaré Vázquez podría sintetizarse en la habitual proclama que Maduro grita a los cuatro vientos: “con Venezuela no se metan”, que no otra cosa significa que los “asuntos de los venezolanos deben resolverlos los venezolanos”. Todo dicho con un circunloquio para consumo popular y leído a paso lento, sin alma ni convicción, ante la expresión de sorpresa de Federica Mogherini, que parecía no entender para qué vino desde tan lejos.

          Resultaría demasiado obvio decirlo, pero tanto mejor si queda dicho, que al Dr. Vázquez se le ve totalmente condicionado por el Partido Comunista y su franquicia sindical el Pit.Cnt, siempre en acecho y por el antinorteamericanismo irredento de Mujica y los tupamaros, hoy en franca retirada por los confines de la región.

          Un Vázquez que, en el caso venezolano, luce despersonalizado,  resignando los atributos del poder con tal de salvar su pelleja ante la catarata de insultos y acusaciones que Maduro suele descargar sobre todos los gobernantes americanos que no piensan como él. Y lo viene logrando, a juzgar por lo halagos con los que el dictador suele compensar a quienes comparten con él su visión paleosocialista del mundo y además lo festejan.

          Lástima que a pocas horas de su discurso, los congregados en Montevideo retomaron el sentido original de la convocatoria y del Mecanismo de Montevideo  -nombre horroroso, por otra parte- ya no quedaban ni rastros. El canciller Nin Novoa, ofuscado, se ocupaba luego de decir, en una explicación escolar, que la presidencia de Guaidó “era más ilegítima que la de Maduro”, tal como si le ilegitimidad fuera una cuestión de grados.

          Así concluía el penoso espectáculo de esta uruguayez frentista y pedestre queriendo prevalecer  sobre el consenso de la comunidad europea, obviamente elaborado por mentes superiores al promedio de lo que por aquí tenemos. Y el bochorno llegaba a su fin.