domingo, 28 de julio de 2019

URUGUAY ANTE EL CASO VENEZUELA

                                     
           El simplismo de los argumentos con los que el gobierno uruguayo pretende justificar su firme adhesión al régimen del dictador Nicolás Maduro basculan entre la ignorancia y la ridiculez, aunque en su conjunto no dejan de tener cierta amenidad, que alivia el impacto inicial de estos malabarismos retóricos, cuyo trasfondo misterioso aún sigue sin desvelarse.
          Imposible no esbozar una sonrisa cuando oímos al canciller Nin Novoa afirmar que “la presidencia de Guaidó era más ilegítima que la de Maduro”, con lo cual enteraba a los cancilleres reunidos en Montevideo que la ilegitimidad es una cuestión de grados: las cosas pueden ser más o menos ilegítimas, variante antidemocrática de la diplomacia uruguaya de aquella otra que decía que “lo político está por encima de lo jurídico”.                Recientemente, el mismo canciller se despachaba con esta afirmación para el asombro: “si nosotros decimos que Venezuela es una dictadura, ¿qué cambia para los venezolanos? Absolutamente nada”. Es el jefe de la diplomacia uruguaya que dice estas cosas, la misma diplomacia que, en un hecho inédito, llevó al subsecretario a levantarse de la silla de Uruguay en una sesión de la OEA, en solidaridad con el dictador chavista, degradando su discrepancia al nivel del enojo infantil: “me voy y no vengo más”. La afirmación del canciller es tan simplista que cuesta refutarla porque hace depender de un calificativo una supuesta ayuda al pueblo venezolano. Ante las atrocidades del dictador comunista, ¡cuidado con las palabras!          
          Con el mismo criterio,  podríamos seguir y entonces preguntarnos en qué cambian las cosas para los venezolanos diciendo que hay presos políticos y también torturas, vejaciones y asesinatos, después de lo cual, callándolo todo, el gobierno uruguayo podría decir “lo que  pasa aquí no es tan grave” y todo se soluciona con el diálogo – ¡el famoso “diálogo”!- que es en rigor lo que quisiera expresarle al mundo para justificar su ignominiosa adhesión al régimen.          
          Sin embargo, es el mismo canciller que decía muy suelto de cuerpo  refiriéndose a un posible triunfo de Bolsonaro en Brasil, que “esperaba que las encuestas le erren como han venido haciendo en el último tiempo”. Allí fue más allá del mero calificativo, metiéndose de lleno en un asunto interno del Brasil,  desatino diplomático –entre otros- cuyas consecuencias para Uruguay todavía se notan, algo disimuladas por la hipocresía  propia de los tratamientos protocolares.          
          Por su lado, el presidente de la República, en una de sus raras declaraciones públicas, siempre pautadas por el desacierto, refiriéndose al caso venezolano expresaba: “Venezuela es un problema para toda la región, es un problema real y es un problema que tienen que resolver los venezolanos”. Otra vez la lógica salta por los aires. Porque si el problema es real y toda la región se ve  afectada por él, la consecuencia natural es que  la región se involucre para hallarle una solución y no dejarlo librado a lo que hagan los venezolanos, sometidos y controlados por el dictador, por otra parte. Es el típico error de falsa oposición, bien descripto por Vaz Ferreira en su Lógica Viva, porque lo que puedan hacer los venezolanos no excluye lo que pudiera hacer la región, en cuanto todos apuntan a obtener un mismo resultado.          
         Finalmente, el ministro Astori, desoyendo la voz oficial del gobierno proclamando sin parpadear que no debemos decir que en Venezuela hay una dictadura, expresó casi desafiante: “lo de Venezuela es una dictadura y una dictadura tremenda con impactos humanitarios muy graves”. Es decir, que Astori, integrante del mismo gobierno, se sale por peteneras y no solo dice a viva voz que en Venezuela hay una  dictadura, sino que le agrega “tremenda” para darle más contundencia a su afirmación. Y esto no es cosa menor, es el gabinete –verdadero gobierno uruguayo- el que se resquebraja ante una realidad que abruma con sus evidencias.          

           En fin, son las piruetas que el gobierno cívico-sindical uruguayo debe hacer para tratar de justificar su posición en solitario ante el consenso internacional que condena sin ambages la dictadura chavista de Nicolás Maduro, rotundamente puesta de manifiesto en el informe lapidario de Michelle Bachelet sobre la situación en Venezuela. Una actitud política envuelta en el misterio y la murmuración.